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domingo, 13 de noviembre de 2011

"Midnight in Paris" de Woody Allen y la nostalgia de "La Edad Dorada". 2011

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Casualmente, unos días antes de ver la película de Allen y de saber que en su trama se incluía un periplo nostálgico del protagonista por el París de los años veinte, me topé en el canal Historia con un documental dedicado a ese tiempo y lugar, el primero dentro de la serie titulada Ciudades legendarias del pecado. El documental me produjo buena impresión, me pareció que reflejaba bastante bien el “espíritu” de París en esa época, al menos en sus aspectos más abiertos, libres y permisivos en relación con el sexo y las relaciones personales, de tal manera que lo hubiera visto de nuevo de buena gana.

En cambio, la primera vez que vi la cinta de Allen, quizá porque estaba influida por el documental, me pareció mala de narices y no me invitó a un nuevo visionado. Sin embargo, me planteé escribir sobre ella y a medida que la he ido analizando, mi opinión se ha ido modulando.

En principio no me gustó que el director presentase los años veinte y a sus personajes de una forma tan vacía y estereotipada. No me aportaba nada sobre ellos ni sobre el entorno, a pesar de estar bien ambientada formalmente. Mi impresión era que Allen narraba meros encuentros del protagonista con sus ídolos de leyenda, en una sucesión de nombres sin más carne ni emoción que la del cliché, preñado de caricatura al estilo del director, que de ellos puede tener cualquier “cultureta” que se precie.

No obstante, no me parecía tampoco un inconveniente insalvable que Woody hubiese utilizado los tópicos sobre el mundillo de la época, ya que son los que pertenecen al conocimiento colectivo y los que más nos acercan los personajes al espectador. Lo que echaba realmente de menos es que les hubiese dotado de alguna especial resonancia, de ese “algo”, a veces inasible, con que el arte (cinematográfico en este caso) puede elevar lo consabido a otra categoría distinta.

Pero no, lo que yo veía en “Midnight” era la sublimación y admiración del nombre por encima de cualquier contenido o significación relacionados con el protagonista. Una incursión en el pasado sin “atmósfera” ni calor, sin pena ni gloria, aunque con cierta dosis de humor: “¿Tom Stearns Eliot, T. S. Eliot. T. S. Eliot? ¡“Prufrock” es como mi mantra! De donde yo vengo es al contrario que en “Prufrock”. La gente mide su vida con cucharillas de coca.”-exclamaba entusiasmado Gil al encontrarse con el autor en el Peugeot antiguo, con chiste añadido - Y ahí quedaba todo en la mayoría de los casos. En esa fascinación, superficial y algo burlona a veces, por los afamados escritores y artistas plásticos del pasado pensaba yo que residía casi toda la película. Una fascinación semejante a la que expresa Gil en el primer párrafo de su novela, hablando de los objetos de la tienda de nostalgia, donde hasta lo más vulgar y común, sólo por pertenecer al pasado, adquiere un status entre mágico y kitsch. Pero la magia yo no la veía por ningún lado, a pesar del encantamiento que se producía a medianoche.

Luego me he replanteado todo eso y he sopesado otras opciones:

  • Que la película es una comedia y eso hay que tenerlo presente. Por tanto, Allen puede estar utilizando esos tópicos que todos conocemos para chotearse de ellos. Sin embargo, hay estima, respeto y cariño por los personajes detrás del estereotipo, que se manifiestan en muchas ocasiones: “Hemingway...mi maestro”, “...Los Fitzgerald y los Hemingway. Me encantan esos tíos”. “No hay locura posible con Hemingway, Fitzgerald o Gertrud Stein o Salvador Dalí” “Puedes engañarme a mí, pero a Hemingway no

  • Que la película no es un documental como el que vi anteriormente. Allen no pretende hacer un estudio ni un retrato verídico ni profundo de la época de los veinte, sino sólo colocar al protagonista en su “Edad de Oro” para producir en él un efecto, que es el de la aceptación del presente y el cambio de vida. Luego veremos en qué consiste la influencia que recibe Gil de sus legendarios amigos, que no es del todo inane como me parecía al principio.

Es evidente que Woody ha querido hacer un homenaje a París con esta película (no sé si es cierto que le subvencionan las ciudades que retrata). Pero lo que lo que nos muestra Allen no supera mucho la visión de un “turista”. Él mismo reconoce ese status en un diálogo con Adriana: “Siempre olvido que es usted un turista”-dice ella- “Eso es quedarse corto”-aduce él- No sé si debemos tomarnos su frase literalmente como que Allen (porque Gil, no es otra cosa que el alterego del director, como cualquiera ha podido darse cuenta) se considera algo más que un turista, o debemos interpretarla como una ironía, en el sentido de que no llega ni siquiera a ese nivel (estoy siendo un poco mala, jejeje).


Por ejemplo, las imágenes de presentación del filme, muy bien fotografiadas y acompañadas de una música con aires parisinos muy bien elegida, eso sí, me parecen sólo bellas “postales” del París más esplendoroso durante un día completo, de la mañana a la noche, aunque también hay que reconocer que no son imágenes del todo muertas, sino que alguna vida transita por ellas. Hay personas que caminan con sus paraguas bajo la lluvia, que hacen ejercicio, que juegan, que toman café o algún refrigerio sentados en terracitas, etc.

Asimismo, las “poéticas” frases que desgrana Gil en su paseo por la ciudad con Adriana, después de atravesar Pigalle, donde hace una loa de sus rincones como formas de arte en sí mismos, por encima de los objetos propiamente considerados artísticos (esculturas,etc.), y encomia su luminosidad, frente a la frialdad, violencia y absurdo del mundo, que la convierte en el “punto más guay del universo”, que se puede ver hasta desde Júpiter, si bien son una bonita reflexión sobre la importancia y significación de la vida y el entorno en cualquier gran ciudad, suenan en parte a piropo manido de turista. Y es que, aunque está claro que París es una ciudad preciosa y que todos los que la visitan la admiran, hay que recordar que se la calificó como ”Ciudad de la luz” en su tiempo porque fue la primera que tuvo electricidad entonces, aparte de que también es representativa del “Siglo de las luces”. Así que resaltar esa luminosidad por encima de la de cualquier otra gran ciudad es un poco absurdo actualmente. Todas tienen luz eléctrica ahora y sus cafés y bulevares se ven lo mismo desde las alturas :P.

Años veinte.  Josephine Baker

Y claro, en un homenaje a París que se precie, ¿cómo obviar una de sus épocas más gloriosas, no excesivamente lejana en el tiempo, que a muchos también nos seduce, en la que allí se reunían un buen puñado de talentos creativos en un ambiente de fiesta, camaradería y libertad? Es como visitar Atenas y no acordarse del nacimiento de la filosofía occidental o ir a Florencia y no pensar en el Renacimiento. Allen tenía dos opciones para darle cabida a ese período: o hacer una película directamente histórica o reencontrarse con la historia desde el París actual por medio de algún artificio, cosa que elige. Et voilà: introduce un personaje para el que esa época es su preferida de París, lo cual no es nada de extrañar porque hasta para mí lo es, y un sencillo y socorrido efecto “cenicienta” para entrar en contacto con ella, pero al contrario que en el cuento: el hechizo no se deshace a medianoche, sino que da comienzo a partir de esa “hora bruja”. No está mal pero tampoco es nada del otro mundo.


La Belle Époque. El Moulin Rouge y el can-can

Como la Belle époque es un período también destacable de París, concomitante con los años veinte, con una Guerra Mundial de por medio, no se ha resistido Allen a mostrarlo en algunos de sus mitos, muy representativos de la ciudad, varios de los cuales perduraron después: los románticos coches de caballos, el restaurante Maxim's, el Moulin Rouge y sus bailarinas de can-can, que inspiraron a Toulouse Lautrec, e importantes artistas y bohemios de la época, entre los que vemos a Degas y Gauguin. Dado que “la edad dorada” para Gil son los años veinte (período entre el final de la Primera Guerra Mundial y el crack del 29), Allen necesitaba otro personaje para el que la Belle Époque significase ese tiempo ideal, deseado y soñado, promesa de felicidad, y así obtener el motivo para introducirlo, en un nuevo viaje al pasado dentro del pasado. Cualquier personaje de la generación de los años veinte le hubiera servido, ya que fue precisamente poco después de la Primera Guerra Mundial cuando se denominó así a las décadas anteriores a la misma, respondiendo en buena parte también a la misma perspectiva nostálgica que tendía a embellecer el pasado europeo como un paraíso perdido tras el salvaje trauma del conflicto bélico. La elección, no obstante, recae en Adriana, la romántica chica de la que se enamora Gil, insatisfecha con su presente, que considera aburrido, luego de varios affaires fallidos con diversos grandes artistas. Es curioso que la chica vea su presente más o menos con los mismos inconvenientes con el que nosotros concebimos el nuestro: ruido, prisa, etc. Y, sin embargo, nosotros pensamos que son exclusivos de esta época.

Esta experiencia de internarse en el tiempo ideal de otra persona y de comprobar allí que los habitantes de esa otra época también niegan su presente para sublimar y admirar un pasado distinto, el del Renacimiento, es lo que despierta a Gil en el aprecio a su propio presente. Ya intuía él, en la ansiedad de sus sueños, que si se quedaba a vivir en el pasado echaría de menos cosas del presente, hasta el punto de que se tornarían las épocas, convirtiéndose el presente abandonado en la Edad dorada. Siendo Allen bastante hipocondríaco y dentro del tono de comedia, no es de extrañar que la pesadilla que le avisa de que no es el pasado su tiempo para encontrar la felicidad consista en quedarse sin citromax y que al ir al dentista éste no tenga novocaína, jejeje. También le sirve esta excursión hacia un pasado más lejano como motivo de desacuerdo y de ruptura entre Adriana y Gil. Ella, que se considera “más emocional”, desea quedarse a vivir en su tiempo soñado, mientras que Gil, como hemos comentado, se quedará en su tiempo actual.

Dentro de la historia de París también hay otros muchos hitos que podrían haber sido introducidos y rememorados: la revolución francesa, el mayo del 68, etc. Sin embargo, a Allen parece que le pasa como a mí, que cuando pensamos en París, lo primero que nos viene a la mente y nos parece lo más distintivo y representativo es la bohemia de artistas, las buhardillas en Montmartre y Montparnasse. Y para un escritor como Gil, el protagonista, no podía ser de otra manera.

Pero lo importante es que los paseos por el pasado le dan pie a Allen para realizar algunas breves disquisiciones sobre el tiempo, y conectado con ello, como hemos adelantado antes, reflexionar sobre LA NOSTALGIA EN RELACIÓN AL MITO DE LA “EDAD DE ORO”, en oposición al presente, que es objeto de negación. Esto es lo que constituye el tema central de la película y le otorga cierta entidad y valor a la misma. Se plantea, igual que en El Quijote (recordemos que Paul, el pedante, califica a Gil como Quijote), que la Edad de oro puede ser recuperada, al menos en el plano individual, al someterse el hombre, que padece en su fuero interno de un profundo sentimiento de pérdida, de exclusión o de caída de un estado de gracia originario, a una voluntad sobrenatural, simbolizada en la película por el “alma artística” de la ciudad de París y en el Quijote por Dulcinea de Toboso, en quien se encarnan los más altos ideales de belleza y virtud. Esta voluntad es la que signa al “héroe” e impulsa sus acciones, en el caso de Gil su actividad literaria y en el de D. Quijote sus hazañas.

Así, me parece un gran acierto que el tiempo pasado, ya sean tanto los felices años veinte como la Belle Époque de principios de siglo o esa breve y desafortunada incursión (¡¡qué mala suerte equivocarse de siglo!! jajaja) del detective Tisserant en Versalles, durante el reinado de Luis XIV, que ordenó su construcción, no se presente como una fantasía, ni una ensoñación o un elemento onírico, sino que se plasme como una realidad paralela, con la que se puede entrar en contacto si se está en el lugar adecuado en el momento adecuado, algo que pervive sustancialmente en la ciudad. La diferencia con la realidad actual es que el tiempo no es lineal, sino que va a saltos adelante o atrás, según el caso, ya que no se trata del tiempo histórico propiamente dicho, sino del tiempo de la memoria, de la rememoración, que funciona de esa manera. Así vemos que han pasado semanas o meses en el lado de los bohemios años veinte, mientras que en el presente sólo ha transcurrido un día o un fin de semana. Por eso no importa que se produzcan anacronismos o errores históricos en la consideración de los personajes del pasado.

Otra cualidad de la realidad del pasado es su carácter mágico, atmosférico, su impregnación “ectoplásmica”, por lo cual Allen hace que se manifieste a partir de medianoche, la hora de las brujas, el momento de la transformación y el misterio. Esto, aun siendo un toque romántico, resulta anecdótico de todas formas, porque, noche o día, lo cierto es que hay épocas de un fulgor tal que embeben de ellas el escenario donde han tenido lugar, de tal manera que para las generaciones venideras representan un referente imborrable de ese espacio. Visitarlo es un poco revivir ese período en cierta medida, cada cual según su interés por él. De ahí la cita de Faulkner que hace Gil: “El pasado no está muerto. En realidad ni ha pasado” (la frase original creo que es: In the South, not only is the past not dead, it's not past). Esta frase la hizo popular Obama en su país, allá por el 2009, creo, a través de un discurso sobre la integración racial. Da igual si Allen ha aprovechado o no esa popularidad, el caso es que la cita está bien traída, aunque su sentido original no sea expresamente el de una realidad paralela, si bien lo incluye implícitamente, sino que más bien está referido a que las consecuencias de lo que hacemos nos persiguen siempre y también a que el pasado es maleable, a que puede ser manipulado. Se le puede ser fiel o infiel y cada cual lo puede interpretar a su manera. Esto lo hace peligroso también.

Otro de los temas que se tratan es el de la INSPIRACIÓN Y EL ARTE. Muchas personas con inquietudes artísticas en el siglo pasado se trasladaban a París en busca de esa inspiración, resultado de entrar en contacto con el ambiente bohemio, creativo y libertario, de departir y compartir con otros artistas. Y aunque ha pasado mucho tiempo de eso, y ya París no es el centro artístico del mundo, en la película se sigue manteniendo esa tesis, como si en otro lugar del mundo no pudiese llevarse a cabo el oficio de escritor con la misma altura, al menos para el protagonista. Igual que pasaba en el musical “Un americano en París”, también Allen elige como personaje principal a un artista. Otro cliché. La primera vez que Gil visita París no está preparado para quedarse. No tiene suficiente confianza en sí mismo como escritor de novelas y se conforma con ser un “simple peón de Hollywood”. Se confiesa como persona lógica que no hace locuras. Y dar el salto, dejar su vida cómoda en USA, donde no le pagan nada mal por su trabajo de guionista, para instalarse en su París añorado, le parece una locura. Sin embargo, en esta segunda visita se produce el hechizo. La ciudad acoge a Gil, se le revela mágica y misteriosamente en todo su pasado esplendor, sin lógica ni razón, y en él encuentra la inspiración que va buscando y, con ella, el valor y la confianza para quedarse y abandonar todo lastre que le aleje de su intención de escribir género novelístico. Entonces, empieza un nuevo presente lleno de esperanza y expectativas en París, la ciudad que le ha abierto sus brazos, ya sin nostalgia por la Edad de oro y sin las ilusiones pasadas, aceptando que la vida en el fondo es insatisfactoria no sólo para sí mismo, sino para todos los hombres en todas las generaciones. Esta es la profundidad que reside en la obra.

Además de esto ¿Qué es lo que parece haber aprendido Gil y de quién en relación con la literatura, qué inspiración ha recibido? En realidad no es que aprenda nada nuevo. Todo lo que se dice (nada demasiado concreto, sino sólo indicaciones generales y alguna frase retórica) ya lo sabe Gil, lo ha leído antes o lo ha intuido, lo lleva latente. Lo importante es que la ciudad es la que consigue sacarlo a la luz, actualizarlo con todo su sentido y darle su lugar:


Surrealistas
  • De los surrealistas (Dalí, Man Ray y Buñuel) Gil entiende que debe dejarse llevar más por la imaginación y no ser tan lógico ni racional.

     Ernest Hemingway
     
  • De Hemingway recibe una influencia referida a la veracidad, a la honestidad, a la dignidad, al valor, a la prosa limpia, a la elegancia y a la pasión. Para él no hay ningún tema indigno de la literatura si se trata con esas cualidades. El escritor también anima a Gil a ser más competitivo, a tener confianza en sí mismo como autor.

    Gil con Gertrude Stein
  • De Gertrude Stein aprende un principio: que la tarea del artista es “no sucumbir al desespero sino buscar un antídoto al vacío de la existencia”, que es el que produce la insatisfacción del presente. Esta consideración del arte es otro de los aspectos interesantes de la cinta, junto a la idea de que la creación artística no sólo debe contener universalidad sino también objetividad, una distancia necesaria con la temática de la que trata. El criterio de Gertrude sobre su novela otorga igualmente confianza a Gil sobre la calidad, “clara y potente”, de su “voz” literaria.

    Pablo Picasso
     
  • De Pablo Picasso el trabajo constante: “Picasso nunca dejó su estudio”


    Los Fitzgerald
     
  • De la pareja formada por Scott Fitzgerald y su mujer, Zelda, comprende que una relación destructiva (tan equivocada como la suya con Inez), que arrastra al marido de fiesta en fiesta a beber como un cosaco, no es lo más aconsejable para desarrollar un trabajo de escritor. De todas formas no sabemos si Hemingway fue justo o no con Zelda en su crítica sobre que malograba a Scott, aunque Allen parece creerlo también así.


El tercer tema y último importante es el del AMOR, no en vano dentro de los sobrenombres de París también está el de “Ciudad del amor”. ¿Otro tópico? A diferencia del pasado, el amor es una “magia” que puede darse en el presente. Por eso las últimas campanadas de medianoche que se oyen en la película son las que suponen el encuentro de Gil con el verdadero amor, Gabrielle, la chica de la tienda que también vende elementos para nostálgicos, memorabilia, igual que el protagonista de su novela, que no es sino Gil mismo. Se podría decir que el gusto nostálgico por el pasado les ha unido, en consonancia con el tema principal. Y también la lluvia, referente romántico que se repite en el filme, como un detalle significativo sobre la “comunión” de las almas, que Gil no comparte con Inez.

Gil y Adriana, el "Eterno Femenino"

Lo mismo que en los otros aspectos, en el amor también Gil sufre una transformación durante su estancia en París. Él y su novia Inez, de la que cree estar enamorado, forman una pareja convencional que pronto va a casarse. Pero no coinciden en lo importante, como, por ejemplo, sobre el lugar en el que se instalarán después de la boda (coinciden en el gusto por “el pan de pita”, jajaja). Gil propone una sencilla buhardilla en París para dedicarse a la literatura, que es su sueño. Inez prefiere una villa en Malibú y que siga trabajando como guionista de cine, que es lo que supone un mayor aporte económico. Ella, además, ningunea y subestima a Gil en relación a su pedante amigo Paul, al que siempre ha admirado, intentando callarlo cuando éste está disertando sobre cualquier tema en sus distintas visitas a museos y, finalmente, teniendo una aventura con él. Gil, por su parte, aunque en principio quiere compartir sus paseos por el pasado con su novia, ante la negativa de ésta a esperar más la primera noche, acaba prefiriendo escribir y deambular en solitario por su Edad dorada que acoplarse a los planes turísticos de Inez, padres y amigos. París, a través de Hemingway y Gertrude Stein, abre los ojos de Gil, y le lleva a aceptar que Inez y él no están hechos el uno para el otro, aunque en el fondo es algo que ya sabía, si bien lo negaba, no quería verlo. Su nueva actitud, que le lleva a romper con Inez, no es producto de que ella le haya sido infiel con Paul, aun cuando puede haber sido el detonante. Gil entiende que Inez ha podido estar influida por la ciudad (“la mística de esta ciudad cursi”, en palabras de la novia, jejeje) de la misma forma que le ha pasado a él mismo, dado que, fascinado por Adriana, la ha besado. La ruptura proviene por una razón más profunda, que es la ausencia en la pareja de novios de esa pasión “bonita y veraz” de la que le hablaba Hemingway, que es la única capaz de crear “una tregua con la muerte”.

Para Inez la aventura con Paul en París no parece que suponga un cambio, ya que es más práctica y superficial y cree que lo verá con otra perspectiva cuando vuelvan a USA, porque lo que le interesa primordialmente es casarse, que todo el mundo vea brillar los diamantes de su anillo en la boda y llevar una vida cómoda con un marido que tenga buenos ingresos.

En cambio, Gil descubre, por medio del personaje de Adriana, representante del eterno femenino, la musa inspiradora, esa pasión “bonita y veraz”, un amor sin tiempo ni espacio, emplazado en un tiempo mítico y en un locus encantado: París. Lo que siente Gil me recuerda una reflexión de Bataille sobre la disolución de tiempo y espacio en el cruce de la mística y la sensualidad, en la sagrada coincidencia del instante con la eternidad. Ya no hay, en ningún punto, diferencia: imposible situar una distancia. El sujeto, perdido en la presencia indistinta e ilimitada del universo y de sí mismo, deja de pertenecer al desarrollo sensible del tiempo. Está absorto en el instante que se eterniza. Aparentemente de manera definitiva, ya sin apego al porvenir o al pasado, es en el instante, y el instante, por sí solo, es la eternidad. El amor se espacializa entonces, por un lado, en el propio sujeto, en lo más hondo de su ser. Y, a la vez, por otro, en la divina ciudad de París, que será testigo y símbolo del amor y los amantes. La intimidad amorosa, representada en el beso, será la unión carnal y espiritual del goce místico; una experiencia inefable, inexpresable en su plenitud y en su misterio y, a la vez, melancólica, por la conciencia de ese misterio, que no es sino la presencia de la luz de la vida y el acecho de la oscuridad de la muerte entrelazados. A partir de ese momento, yo creo que Gil no podrá aceptar otra relación igual que la que tiene con Inez. Pero Adriana no es la respuesta, ya que pertenece a otro mundo y quiere continuar en él. Con ella ha conocido otra forma de amor, pero sólo como inspiración. Será en la parisina Gabrielle donde Gil encontrará a su alma gemela.


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En resumen, “Midnight” me parece una reflexión sobre el vacío y la insatisfacción de la vida, sobre la nostalgia del tiempo pasado como lugar edénico y sobre la inspiración y el arte, éste como forma de conjurar el tedio, el dolor y el vacío presentes, junto al amor verdadero, como representante de la iluminación y la vida que nos aparta por momentos de la oscuridad y la nada que es la muerte. Estos asuntos están pergeñados y tratados por Allen dentro del homenaje a París de forma bastante perspicaz a través del enlace temporal, lo cual puede pasar desapercibido por el carácter de comedia de la obra, por la sencillez de la narración y por la superficialidad y banalidad de algunos aspectos. Ahora bien,aunque son ideas de cierto calado, tampoco destacan por su singularidad y su novedad. Digamos que forman parte del bagaje cultural común. Ya lo decía Manrique en el siglo XV, por poner un ejemplo: “...cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”. Igualmente, la dicotomía Eros/Thanatos, o Deseo/Ley, la pulsión de la vida representada en el amor, frente a la pulsión de la muerte, ambas fuerzas contrapuestas y, a la vez, fundidas recíprocamente la una con la otra, ha sido tratada ampliamente en nuestra tradición por filósofos, poetas, etc.

Aparte de ese contenido, de la originalidad del argumento que deriva de él y del vestuario, de los escenarios y decorados, en la película no sobresalen ni una especial magia, encanto, calidez o cualquier otra cualidad que pudiera atribuirse al ambiente, ni la profundidad de los diálogos, ni la complejidad de los personajes, ni lo que puedan sugerir o evocar las imágenes. Es decir: las ideas (cuatro o cinco) predominan por encima de la película propiamente dicha, como si de una tesis se tratara, lo cual disminuye mucho mi juicio sobre ella. Como comedia no está mal, tiene algunos puntos ingeniosos, pero tampoco descolla, no tiene ritmo ni pulso, hay mucho tiempo muerto. La obra puede servir como escaparate de París si apetece ver fotos de la ciudad y no se tiene a mano un buen catálogo-guía. A mi entender, las buenas películas son aquéllas con las que puedes reencontrarte de vez en cuando con agrado y no pierden valor con el tiempo. No creo que sea buena señal a ese respecto que no me apetezca volver a ver ésta. 


Enlaces:

Sobre la banda sonora:

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Verdades y mentiras de la película

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